Cuando
sufrimos el golpe inmisericorde de la gran crisis mundial, la cronicidad se trataba en los ámbitos
exclusivos de la medicina, de la investigación en el tratamiento de
enfermedades duraderas en el tiempo y en los comentarios sociales sobre
determinadas enfermedades “estigmatizadas”. La Real Academia Española, en su
Diccionario de la Lengua Española, no recoge con acierto la verdadera expresión
de este concepto social, lo cual no ayuda a la comprensión académica del
impacto real en la sociedad mundial.
El
cortoplacismo y la ceguera estratégica están llevando a las organizaciones a
actuar únicamente sobre la reducción de gasto, con lo que cercenan la capacidad
de proyección y reacción ante los cambios necesarios. Nos encontramos con
incapaces en el diseño de estrategias de inversión, más allá de las meras
cosméticas marketinianas.
Las
enfermedades crónicas absorben una porción muy importante en los presupuestos
asistenciales en la sanidad público-privada (aunque la privada tiende a
eliminar de sus carteras de asegurados aquellos que sobrepasan la ratio
establecida de siniestralidad) El aumento del gasto asistencial de crónicos es
inversamente proporcional a la inversión en prevención y tratamiento
disruptivo. Dos ámbitos éstos muy diferenciados, pero totalmente compatibles.
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