viernes, 24 de noviembre de 2000

Felicidad

Felicidad. Etérea palabra en el espíritu que se condensa y espesa en el corazón. Momento transitorio y efímero que eternamente perdura. ¿Debemos negarnos un instante de felicidad para nuestra existencia? O por el contrario negaremos el resto de nuestra vida por un vacío necio y falso. Por qué tememos a la felicidad. Qué nos quita la felicidad a cambio de su embriagadora presencia.

La felicidad es una ladrona de nuestro futuro. Debes resignarte a perder parte de tu vida para ser feliz. Pero, ¿acaso no es gratificante la sensación de la felicidad? Sentirse el núcleo de la Tierra y el ser más agraciado de la Humanidad. Sentir ese vacío vertiginoso que inunda tus entrañas. Notar como tus venas se inflaman de sosiego. Mirar sus pupilas desde fuera queriendo saltar para contemplar el objeto de la felicidad desde dentro. Ver sus ojos en los ojos que te miran.

¿Qué recuerdos tenemos de la vida pasada y cuáles son los que nos gustaría tener del resto de nuestros días? Según se van alejando, los recuerdos se vuelven más nítidos y completos. Les damos la verdadera dimensión que tuvieron en su día pero que nosotros deformamos al no ser capaces de enfocarlos correctamente. Los momentos de felicidad nos hacen cerrar los ojos y vivirlos con intensidad. Añoramos el no poder volver a disfrutarlos o simplemente damos gracias a Dios por habernos permitido tenerlos como un recuerdo. Pero siempre hay un rincón en nuestra mente que se niega a hacer desaparecer las pesadillas y los miedos. Éstos son el contrapeso a la felicidad, miedos y pesadillas. Con una fuerza semejante luchan intentando llevarme a su territorio y a fe que ambos lo consiguen.

¿Acaso el dolor de la felicidad perdida puede ser mayor que la alegría de la propia felicidad encontrada?  Tememos a la felicidad por el fútil temor de su propia pérdida. Es curioso que temamos perder algo que aun no poseemos. Tanto temor tenemos a ser felices que sentimos que se aleja incluso antes de entrar en su íntima atracción. Es una paradójica e increíble lucha entre nuestros deseos y nuestros miedos. Casi siempre ganan los miedos y nos obligan a una vida que se arrastra sobre cadáveres de deseos nonatos. ¿Quién pierde cuando ganan nuestros deseos? ¿Quién pierde cuando vencen nuestros miedos?

Pero, ¿qué es la felicidad? Es algo tan enorme que atemoriza, pero a la vez encerrado en pequeñas cosas que pueden pasar desapercibidas. Unos ojos, un suspiro, unos labios, un parpadeo, una mirada, una sonrisa, un silencio, unas manos, un niño, un beso.

Unos ojos en los que descansar, en los que naufragar sin temor.
Un suspiro que alcance nuestro corazón y le deposite un sentimiento.
Unos labios que modulen pensamientos y que sinceren un interior.
Un parpadeo lento que mantenga siempre las dilatadas pupilas en las mías, nerviosas y excitadas.
Una mirada que penetre en mi mente y se acomode en mi interior, sincera y tierna.
Una sonrisa serena, tierna que invada y altere mis venas.
Un silencio  con el que explicar lo inexplicable y decir lo que no se podría decir con palabras.
Unas manos en las que descansar la piel, abiertas a sus pliegues, adorables aposentos.
Un niño  porque ellos son los poseedores de la felicidad en su máxima pureza.
Un beso … por ser la expresión de la propia felicidad. Es su lenguaje, es su mirada, son sus manos.