lunes, 24 de agosto de 1998

Dar la vida por vivir

Llovía intensamente sobre su tostado cuerpo desnudo. Marcas de esclavitud tejían un macabro manto sobre su espalda. No fueron éstas las que más dolieron. Las gotas surcaban los pliegues de su piel recogiendo poro a poro partículas de sudor que pasaban a formar parte de los riachuelos que dibujaban el suelo de la terraza. Las tormentas tropicales avivan intensamente la sensación de calor y provocan alteraciones en el acompasado latir del corazón como si quisieran buscar aliados a los formidables truenos que castigan los frágiles tímpanos. Buscó con la mirada el trozo de tela que había dispuesto, desde el poste de madera que sustentaba el tejadillo hasta la pared, compartiendo clavo con la jaula de la cacatúa, en forma de hamaca. No estaba de humor siquiera para tumbarse. Arrastró los pies hasta el interior no sin antes propinar el golpe de rigor a la maltrecha puerta de cañas. Miró hacia arriba y pensó que un día de estos debería de colocar un par de hojas secas de palmera para reparar el agujero que se formó el día en que un mono, de muerte natural, atravesó el techo y fue a caer sobre la mesita, mientras comía. Cuando lo recuerda esboza una sonrisa, aunque en aquel instante el susto paralizó su vida. Cinco vigas cruzan la estancia y un poste central mantiene la estructura. El suelo se eleva varios centímetros para evitar que el agua  penetre en la choza. Tres troncos de distinto tamaño permiten salvar la altura. La decoración interior se basa en restos de animales; caparazones, conchas, una mandíbula de tiburón con que el mar obsequio a su playa y piedras. El resto de utensilios se amontonan en el rincón que utiliza como despensa y cocina. Ya ha dejado de llover y vuelve a lucir el sol, aunque las sombras del atardecer se van adueñando del este.
El día ha sido agotador. Escudriña el armario de la comida y no encuentra nada apetecible. Cada hora que transcurre de su monótona vida, es más consciente de su futuro y de su pasado. Un pasado que comienza a ser recuerdos desde los primeros juegos matinales con los niños de las viviendas cercanas hasta su primera etapa de adolescencia y que se torna en pesadillas grabadas minuto a minuto, fotograma a fotograma en una película de composición química sudor y sangre. Un futuro que pasa por el mar, solo el mar puede ayudar.
Se sienta en el entramado de cañas e hilos que con orgullo llama silla, cierra sus aún jóvenes ojos bajando lentamente sus ya viejos párpados, reclina la cabeza sobre la tarima de las conchas, deja que sus cabellos acaricien sus mejillas y su cuello mientras cae sobre los hombros, las manos relajadas en sus templados muslos y estira las piernas hasta la mesa. Recuerda. Una calle dibujada por los torrentes de agua de todas las tardes. Su padre sentado en la puerta de la casa observando y su madre en el rellano zurziendo un siete en cualquier ropa de cualquier hijo. Los chicos corriendo tras la pelota al ser golpeada por el palo. "Carrera, carrera" gritaban alborozados los de su calle, sin mirar las rodillas ensangrentadas. Seguro que alguno de aquellos intrépidos y valentones muchachitos consiguió jugar en las grandes ligas de Baseball. El resto naufraga.
No fue consciente de lo que estaba convulsionando a su tierra hasta que el sentido común comenzó a endurecer su corazón con la desaparición de su padre. Su madre reunió a los seis hijos y habló con los dos mayores. Al cabo de cinco minutos quedaban cuatro hermanos. Supo que el mayor fue reclutado. Del segundo conoce la situación de su tumba. Ya todo es real. El corazón late rápido, rapidísimo. Las venas de sus extremidades comienzan a deformar la piel. Los poros se abren dando paso a un sudor frío que estremece sus pezones. Los dedos de las manos se arquean clavando las descuidadas uñas en la carne ya curtida de otros recuerdos. Cierra las piernas con tal fuerza que le duelen las rodillas. A sus catorce años fue violada  junto con su hermana y su madre por un grupo de soldados que unos días después gritaban " libertad para el pueblo" en la marcha triunfal hacia la capital. Ahí termina su vida y empieza su condena. Obligada a trabajar para el pueblo en la confección de ropa que jamás vio vestir a nadie. Vigilada hasta en el alma, su existencia, que no vida, ha transcurrido entre el recelo, la soledad y estos momentos de recuerdos. Ha visto como gente ha perdido la vida de la forma más miserable, por falta de las atenciones más básicas que cualquier persona debe disfrutar.
Abre los ojos, mira a su alrededor y dentro de sí misma. Ni dentro ni fuera queda ya nada que perder. Todo el mundo sabe el lugar aunque nadie quiere hablar de él. Se viste con la túnica que se hizo escatimando hilos de la factoría y sin volver la cabeza sale por la puerta que sufre el último y más formidable golpe que la hace chocar violentamente contra los troncos de la pared. Simplemente ha transmitido la única decisión propia que ha tomado en las últimas décadas.
El mundo  les conoce como "los balseros de Cuba", pero en realidad son pesadillas humanas que, a costa de la vida, buscan ser hombres y mujeres con capacidad de decidir el rumbo de su existencia. Ella lo logrará.

(Dedicado a todas las personas que buscan su futuro a costa de su propia vida)