Llovía
intensamente sobre su tostado cuerpo desnudo. Marcas de esclavitud tejían un
macabro manto sobre su espalda. No fueron éstas las que más dolieron. Las gotas
surcaban los pliegues de su piel recogiendo poro a poro partículas de sudor que
pasaban a formar parte de los riachuelos que dibujaban el suelo de la terraza.
Las tormentas tropicales avivan intensamente la sensación de calor y provocan
alteraciones en el acompasado latir del corazón como si quisieran buscar
aliados a los formidables truenos que castigan los frágiles tímpanos. Buscó con
la mirada el trozo de tela que había dispuesto, desde el poste de madera que
sustentaba el tejadillo hasta la pared, compartiendo clavo con la jaula de la
cacatúa, en forma de hamaca. No estaba de humor siquiera para tumbarse.
Arrastró los pies hasta el interior no sin antes propinar el golpe de rigor a
la maltrecha puerta de cañas. Miró hacia arriba y pensó que un día de estos
debería de colocar un par de hojas secas de palmera para reparar el agujero que
se formó el día en que un mono, de muerte natural, atravesó el techo y fue a
caer sobre la mesita, mientras comía. Cuando lo recuerda esboza una sonrisa,
aunque en aquel instante el susto paralizó su vida. Cinco vigas cruzan la
estancia y un poste central mantiene la estructura. El suelo se eleva varios
centímetros para evitar que el agua
penetre en la choza. Tres troncos de distinto tamaño permiten salvar la
altura. La decoración interior se basa en restos de animales; caparazones,
conchas, una mandíbula de tiburón con que el mar obsequio a su playa y piedras.
El resto de utensilios se amontonan en el rincón que utiliza como despensa y
cocina. Ya ha dejado de llover y vuelve a lucir el sol, aunque las sombras del
atardecer se van adueñando del este.
El día ha sido
agotador. Escudriña el armario de la comida y no encuentra nada apetecible.
Cada hora que transcurre de su monótona vida, es más consciente de su futuro y
de su pasado. Un pasado que comienza a ser recuerdos desde los primeros juegos
matinales con los niños de las viviendas cercanas hasta su primera etapa de
adolescencia y que se torna en pesadillas grabadas minuto a minuto, fotograma a
fotograma en una película de composición química sudor y sangre. Un futuro que
pasa por el mar, solo el mar puede ayudar.
Se sienta en
el entramado de cañas e hilos que con orgullo llama silla, cierra sus aún
jóvenes ojos bajando lentamente sus ya viejos párpados, reclina la cabeza sobre
la tarima de las conchas, deja que sus cabellos acaricien sus mejillas y su
cuello mientras cae sobre los hombros, las manos relajadas en sus templados
muslos y estira las piernas hasta la mesa. Recuerda. Una calle dibujada por los
torrentes de agua de todas las tardes. Su padre sentado en la puerta de la casa
observando y su madre en el rellano zurziendo un siete en cualquier ropa de
cualquier hijo. Los chicos corriendo tras la pelota al ser golpeada por el
palo. "Carrera, carrera" gritaban alborozados los de su calle, sin
mirar las rodillas ensangrentadas. Seguro que alguno de aquellos intrépidos y
valentones muchachitos consiguió jugar en las grandes ligas de Baseball. El resto naufraga.
No fue
consciente de lo que estaba convulsionando a su tierra hasta que el sentido
común comenzó a endurecer su corazón con la desaparición de su padre. Su madre
reunió a los seis hijos y habló con los dos mayores. Al cabo de cinco minutos
quedaban cuatro hermanos. Supo que el mayor fue reclutado. Del segundo conoce
la situación de su tumba. Ya todo es real. El corazón late rápido, rapidísimo.
Las venas de sus extremidades comienzan a deformar la piel. Los poros se abren
dando paso a un sudor frío que estremece sus pezones. Los dedos de las manos se
arquean clavando las descuidadas uñas en la carne ya curtida de otros recuerdos.
Cierra las piernas con tal fuerza que le duelen las rodillas. A sus catorce
años fue violada junto con su hermana y
su madre por un grupo de soldados que unos días después gritaban "
libertad para el pueblo" en la marcha triunfal hacia la capital. Ahí termina
su vida y empieza su condena. Obligada a trabajar para el pueblo en la
confección de ropa que jamás vio vestir a nadie. Vigilada hasta en el alma, su
existencia, que no vida, ha transcurrido entre el recelo, la soledad y estos
momentos de recuerdos. Ha visto como gente ha perdido la vida de la forma más
miserable, por falta de las atenciones más básicas que cualquier persona debe
disfrutar.
Abre los ojos,
mira a su alrededor y dentro de sí misma. Ni dentro ni fuera queda ya nada que
perder. Todo el mundo sabe el lugar aunque nadie quiere hablar de él. Se viste
con la túnica que se hizo escatimando hilos de la factoría y sin volver la
cabeza sale por la puerta que sufre el último y más formidable golpe que la
hace chocar violentamente contra los troncos de la pared. Simplemente ha
transmitido la única decisión propia que ha tomado en las últimas décadas.
El
mundo les conoce como "los balseros
de Cuba", pero en realidad son pesadillas humanas que, a costa de la vida,
buscan ser hombres y mujeres con capacidad de decidir el rumbo de su
existencia. Ella lo logrará.(Dedicado a todas las personas que buscan su futuro a costa de su propia vida)