Todo invento o descubrimiento
remueve algo en la naturaleza humana, crea una nueva necesidad, despierta
curiosidad o soluciona alguno de los misterios en los que anda enfrascada la
humanidad. El principio de inquietud, de superación, es una constante en la
Naturaleza y no es exclusivo de la especie humana.
La diferencia del humano sobre el
resto de especies, animales y plantas, es la voluntad en la evolución y por
tanto saltamos el primer peldaño, instintivo de adaptación individual. Los
humanos tenemos el don de modificar el entorno hasta afectar el futuro. Así
mismo, tenemos la voluntad de no hacer cambios cuando se nos antoje y no
evolucionar.
Cuando se plantea la Innovación
como un concepto imprescindible en la estrategia de cualquier organización, no
se trata de una imposición caprichosa, todo lo contrario, se está formalizando
y materializando en metodología lo que la Naturaleza nos tiene impuesto como
tarea ineludible desde nuestros orígenes. Rechazar la innovación constante, la
cultura innovadora, la adaptación a los cambios naturales o artificiales,
propios o sobrevenidos, es negar nuestro pasado y el camino recorrido como
reacción natural.
Hasta hace algo más de dos siglos
íbamos a remolque de los caprichos naturales y poco podía hacer el hombre más
que buscar alternativas a la protección y el alimento, Innovación Natural. A partir de la Revolución Industrial del siglo
XVIII la Humanidad ha vivido un frenesí de Evolución
Innovadora que se ha ido incrementando de forma aritmética y en las últimas
décadas, geométrica. Eso sí, limitada a la industria mientras que la Innovación
Corporativa y Social ha comenzado a tomar fuerza en este siglo.
Los pueblos indígenas, aislados
en la Selva Amazónica, no
conocen nada sobre los logros de lo que llamamos “La Civilización”, ni falta que les hace. Pero cada individuo,
dentro de las limitaciones indudables de entorno y cultura, consciente o no,
entra en el mandato de la Innovación
Natural. Unos serán más atrevidos que otros, pero sin excepción pondrán su
capacidad en una evolución segura a futuro, más lenta que la nuestra, pero
asegurada. Por tanto, ¿quién soy yo para frenar la Innovación Social? Cada
individuo debe de aportar la fracción refleja en la evolución colectiva que le
corresponde o al menos no estorbar.
No en vano el lema de los Juegos
Olímpicos es “Citius, Altius, Fortius”
(Henri Didon, sacerdote dominico y amigo
del Barón Pierre de Coubertin, 1891) que anima a los participantes a ser “más rápidos, llegar más alto y ser más
fuertes”. Esta sentencia precedió a la conocida frase “Lo esencial no es ganar sino participar” (Ethelbert Talbot, Obispo de Pensilvania, 1908) durante la misa de
los Juegos Olímpicos en Londres. Innovar no otorga honores de forma imperativa,
más bien provoca la autoestima y el sentimiento del logro de superación y
mejora.
La Innovación es el instrumento normalizado, procedimentado y
protocolizado sobre la base del instinto de adaptación natural. La especie
humana tiene la cualidad, no siempre bien entendida, de provocar y adelantar
cambios sobre el calendario de la Naturaleza.
En nuestra conciencia está que la Innovación
sea constante, colectiva, positiva. Que la adaptación a los cambios que
provocamos sea correcta y beneficiosa. Finalmente, que la Innovación fluya según un método de trabajo que facilita, comparte y
crea cultura.
Fruto de la Innovación Natural,
como característica intrínseca de cualquier ser, se consigue Evolucionar.
Foto:
antiguo molino de agua en el río Curueño (Sopeña de Curueño - León)
Sobre el terreno
La Innovación está en
nuestras vidas desde el inicio de forma inconsciente, pero ahora nos tiene
rodeados. Nos podemos resistir, podremos luchar contra ella, pero solo
conseguiremos dos cosas: hundirnos en el ostracismo y perder tiempo, mucho
tiempo.
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